viernes, 9 de julio de 2010

Yo quería ser mayor

Me desperté a cualquier hora.
Me levanté y me cambié para ir a comprar, pero me interrumpió el vecino de abajo para comentarme que le caía agua en el dormitorio. Okei vecino, ya le arreglo. Corté el agua. “De las tres llaves de la derecha, la diferente”, mi memoria de vez en cuando me cae bien. ¿Alguien en este país tendrá el número del plomero? ¿Los plomeros vienen los feriados? ¿Y los fines de semana?
Fui a comprar, volví y me puse a cocinar. Mientras se hacían los fideos lavé los platos. De fondo se escuchaba la radio.
Comí.
Lavé más platos.
Escuché más radio.
Me puse a leer. Me puse a escribir. Me interrumpió un maullido del gato que venía de un lugar del que no debía venir. Salí a buscarlo a la terraza. Salió el vecino de al lado. Salió la vecina (malhumorada, por el tono de voz) de al lado: “Hizo pis acá el gato”, por acá se refería a la escalera que termina o empieza casi en su puerta. “Cómo sabe que es pis de gato, cómo sabe que el gato es el que tengo bajo tutela y no otro si la terraza tiene las ventanas rotas, ¿le hizo un ADN?”, pensé. “No me voy a pelear con una vecina que ni siquera es mía”, pensé. “Ahora lo limpio”, dije.
Encerré al gato.
Agarré el procenex “Brisa del bosque”, un trapo y limpié la escalera. Muy rico olor a brisa del bosque, se lo recomiendo.
Agarré una cuchara y abrí la heladera.
Me senté en el sillón.
Y entonces tuve 12 años, miré Los Simpson y me comí un Serenito de chocolate y vainilla.

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