miércoles, 1 de septiembre de 2010

Mamá, ese edificio me está hablando


Apunta, tira y salta. Apunta, tira y pierde. La vida no es todo el día todos los días.
El viaje en 24 desde Villa del Parque hasta el centro a veces se parece a la vida. Cuando duermo, cuando leo, cuando veo por la ventanilla un barrendero dándole migas de pan a las palomas. Cuando un payaso que pasa en bicicleta putea al colectivero, entonces es.
El trabajo tiene momentos, sobre todo en el balcón. Una de las rejillas está tapada y se asoma un brote de algo. Literalmente, un pasto. Un. Yo lo miro con detenimiento, me tiro al piso para poder analizarlo desde mi desconocimiento del mundo vegetal mientras tomo mate. En la terraza de un edificio relleno de oficinas y oficinistas, una soga con ropa que se seca con algo de aire y algo de smog y dos perros que todavía, por suerte o por desgracia, no se enteraron de que existen lugares en los que todo es verde.
Mirar por las ventanas y charlar con los edificios. Cuando los edificios están vivos, entonces todo lo demás también.
Pero son ratos que saltan por encima de otros ratos en los que los edificios no hablan.

(Foto: Uruguay entre Tucumán y Lavalle, vista desde piso 8. Lo desértico se debe a que era día de partido durante el mundial).

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